Si tuviera que decirte algo sería que nací para conocerte.
Que tal vez mi misión en esta vida era completar la tuya. Que nuestras líneas
vitales bailaban todas las noches en algún lugar del Universo, esperando, que
por fin, llegara el día en el que pudiesen tocarse. Que borraste los girasoles
de mis ojos para crear una primavera anual, donde sigue lloviendo a menudo,
pero aprendí a amar cada una de mis
lloviznas, porque pasé por varios desiertos, y créeme no es fácil andar por las
dunas sin hundirte. Créeme si te digo que me has cambiado la piel y lo que se
esconde debajo. No dudes ni un momento que he aprendido a ser mejor persona y
lo he aprendido de ti, de tu vida, de todas las lecciones que tienes por dar en
ese libro que es tu existencia y que guardas como un gran tesoro, como lo que
es. Como lo que eres. Y que aunque mi
sueño nunca fuera ser un espadachín, ni el héroe de ningún cuento, seguiría
matando cada día monstruos por ti. Porque te mereces que las dudas se estrellen
contra la pared, y mueran desangradas por nuestra verdad. Te mereces todo lo
que tengo para ti; todos mis mándalas para colorear tu vida, mi romanticismo
para encender las velas que escondes por tu habitación, mis reflexiones para
cuando no puedes dormir, mi olor a mar para cuando quieras ambientar tu casa. Mis
cabreos para recordarte lo bien que se está cuando se está bien. Cierro los
ojos, y te doy toda mi luz sin dudarlo. Porque nació para ser tuya, y nosotros
no somos quién para desdecir a las estrellas.