La sequía fue lo peor. Meses y meses de tormentas de arena,
y respiración polvorienta. Todo estaba oscuro, grisáceo y borroso. Y la vida se
iba cruzando por caminos desentonados que me hacían sentir vértigo. Como una
caída libre al infinito sin paracaídas. Fue una época de sabor a café amargo;
al principio lo odias pero conforme va
pasando el tiempo te acostumbras y te parece que es el sabor más dulce que
puedas recordar porque has pasado demasiado tiempo en coma emocional como para
recordar que tu existencia es algo más que un mal trago.
Las margaritas a las que le preguntaba dia a dia si te
quería murieron de pena al ver que el bosque se iba marchitando al mismo paso
que mis ojos se hinchaban y mi sonrisa desaparecía. El bosque eramos tu y yo; y
estábamos muertos. Todo acabó. Podía sentir mis latidos; podía sentirlos como
un reloj amenazante que a cada en punto me recordaba que seguía estando viva. Y
de repente llovió.
Llovió y mis ojos se deshincharon. Y sentí cada gota sobre
mi piel, repasando cada camino que habías trazado con tus dedos. Cada lagrima,
cada llovizna, me limpio el alma. Me devolvió las margaritas, me secuestró las
dudas, resucitó mis te quieros. Nuestros te quieros. Recuperó mi sonrisa. La volvió hacer tuya.
Y de vez en cuando vuelve la tristeza, y la vida vuelve a
parecer mas oscura, pero encontré el remedio perfecto para no perderme, ni
perdernos nunca más…Tus brazos. Y cuando
creo que vuelvo a caer, recuerdo que siempre llevé paracaídas…Tus palabras. Y
aprendí que tu me salvas en cada mala época, en cada sequia, en cada tormenta
exagerada; porque hay personas que se convierten en salvavidas.
2 comentarios:
Te entiendo perfectamente... cuando pasa no sabes que hacer si seguir o esperar a que algo vuelva a encender eso que eráis.. yo como tu esperé y creo que está teniendo resultados.
Me quedo por aquí.
Luego te tocará nadar sola
después de haber aprendido lo mejor...
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